ADVERTENCIA

Este post puede perjudicar seriamente a su estado de ánimo. Léase preferentemente tras haber recibido una buena noticia. Y acompáñese siempre del epílogo para prevenir dichos efectos secundarios.

TEXTO

Tras el Taller “Rompiendo el círculo. Ayudando a nuestros menores a no repetir la historia” mi mujer y yo pudimos disfrutar de la ciudad de Málaga. Pasear por sus calles más céntricas y su puerto, comer pescadito frito y, como no, visitar la Casa Natalicia de Pablo Ruíz Picasso y el museo dedicado a él en esta ciudad.

Es algo paradójico que lo que más me gustó de la colección permanente del pintor en el Museo fuera un video del mismo pintando tras un cristal y que yo conocía.

En el se aprecia como, con certeros trazos de pincel, dibuja en un instante distintas figuras. Los mismos trazos certeros con los que “el Maestro” “el Sol” dejó un rastro de cadáveres físicos y psíquicos en su paso por esta vida. Parece que en la transformación de Pablo Ruiz Picasso a Pablo Picasso perdió algo más que el apellido.

Al menos eso es lo que nos contó hace unos años una de sus nietas, Marina Picasso, en un libro titulado originalmente “Abuelo” y en la edición española “Picasso, mi abuelo” (Plaza & Janés Editores).

A continuación unos cuantos párrafos de su inicio y de su final.

“Ningún miembro de mi familia pudo sustraerse , en ningún momento, al suplicio de aquel genio que necesitaba sangre para firmar cada uno de sus silencios: la sangre de mi padre, la de mi hermano, la de mi madre, la de mi abuela, la mía y la de todos aquellos que, creyendo amar a un hombre, amaron a Picasso,

Bajo el yugo de su tiranía, mi padre nació y murió por él, engañado, decepcionado, envilecido, destruido. Inexorablemente.

Mi hermano Pablito, juguete de su sadismo y su indiferencia, se suicidó a los veinticuatro años ingiriendo lejía. Yo fui quien lo encontró bañado en su propia sangre, con el esófago y la laringe quemados, el estómago destrozado y el corazón a la deriva. Yo fui quien durante 90 días le cogió de la mano en el hospital de la Fontonne en Anibes, donde agonizó lentamente (…) éramos unos Picasso, muertos nada más nacer, atrapados en una espiral de esperanzas frustradas.

Mi abuela Olga humillada, mancillada, degradada por tantas traiciones, terminó su vida    paralítica, sin que mi abuelo fuera ni una sola vez a verla a su lecho de desamparo y desolación. Sin embargo ella lo había abandonado todo por él: su país, su carrera, sus sueños, su orgullo.

Mi madre, por su parte, llevaba el apellido Picasso como quien lleva una medalla, una medalla que la elevaba a los más altos niveles de la Paranoia. Casándose con mi padre se había casado con Picasso. En sus accesos de delirio, no admitía que no quisiera recivirla ni ofrecerle la gran vida que ella se merecía. Frágil, perdida y desequilibrada, tenía que contentarse con una parte de la exigua pensión semanal que mi abuelo pagaba para mantener a su hijo y a sus nietos bajo su dominio – y en la mayor indulgencia.

Me gustaría tanto poder vivir algún día sin este pasado, caminar sin estas muletas (…)

Pablito y yo no teníamos nada de eso. Desde el principio, nuestros biberones no contenían leche, sino un veneno que se destilaba cada día un poco más: el de Picasso, el del poder de Picasso, el de un superhombre que podía permitírselo todo y nos aplastaba a todos, el de un genio del que éramos rehenes”.

En las últimas páginas podemos leer también:

“Enclaustrado en Notre –Dame-de-Vie, murió solo tal como había vivido. Solo como había deseado.

Una vez pronunció una frase tan cruel: “Cuando me muera, será como un naufragio, y cuando un gran navío se va a pique, mucha gente a su alrededor es aspirada por el torbellino”. Es verdad, mucha gente fue aspirada por su torbellino (…)”

Tras citar de nuevo a su hermano y su padre continúa:

Marie Therese Walter, la musa inconsolable, que se ahorcó del techo de su garaje en Juan-les-Pins.

También se suicidó Jacqueline, la compañera de los últimos días, disparándose una bala en la sien.

Y, tiempo después, Dora Maar, que murió en la miseria en medio de las telas de Picasso que se negaba  a vender para conservar, solo para ella, la presencia del hombre que idolatraba.

Yo también debería haber sido una de esas víctimas. Si todavía estoy aquí, se lo debo a la rabia de vivir y de luchar por un abuelo con el que soñaba.

Y que ya no está.”

No hace falta leerse el libro (probablemente descatalogado ya) para conocer en más detalles de esta historia. Marina concedió distintas entrevistas tras su publicación que pueden encontrarse en internet (aquí tienes una y dos)

De la misma manera que podemos conocer personas que han “roto el círculo” de la negligencia y el maltrato no debemos olvidar que dicho círculo también tienen puntos de origen. Dice el Talmud que “Quien salva una vida, salva el mundo entero”. Pero podríamos añadir su contrario pues quien destruye una vida, destruye el mundo entero.

Como dice Jorge Font en su testimonio de reconstrucción tras quedarse paralítico: “Nos reconfiguramos en la mirada del otro”. Cuando descubrimos el valor que tenemos para los demás. Pero la mirada de un ego superlativo o de un genio encerrado en su genio no va más allá de si mismo por lo que mucha gente a su alrededor se marchito.

En la primera de las entrevistas Marina contesta:

“Aquella mirada… De niña, yo tenía miedo de sus ojos. La portada de mi libro lleva sus ojos y sé de gente que tiene que dar la vuelta al libro sobre la mesilla de noche para no ver esos ojos, porque esos ojos turban.”

Fue un acierto del fotógrafo fotografiar a Marina con la portada de su libro detrás.

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EPÍLOGO

Hay personajes, nunca mejor dicho, que se convierten en agujeros negros que absorben la vida de los que rodean. Pero, a veces, surgen héroes acompañados que en su dolor consiguen no solamente frenar el torbellino sino invertirlo y convertirse ellos mismos en faros para otra personas.

Y hablando de mirar, podemos mirar el texto de Marina Picasso como una vil venganza o como un valiente proceso de reconstrucción. Como una bella vidriera formada con los añicos de su infancia y juventud.

Probablemente la respuesta más justa sólo la tienen los hijos de Marina (dos biológicos y dos adoptados) y lo cientos de niños a los que ha ayudado con su Fundación.

Podemos quedarnos con el desastre tras Pablo Picasso o con el romper el círculo de Marina.

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