Imagina que un compañero o compañera de trabajo ha estado ausente un tiempo porque ha recibido un golpe brutal de la vida. Inesperadamente ha muerto su pareja o, lo que quizá sea peor, un hijo o una hija.

Pero hoy se ha incorporado y te ves venir a esta persona de cara. Empiezas a pensar en qué decirle, cómo saludarla y mostrarle tus condolencias. Piensa bien lo que vas a decir porque de cada diez frases que se te ocurran es muy probable que en nueve metas la pata hasta el fondo. Pero eres una persona prudente y consigues decirle que lo sientes mucho y poco más. Con ello te quedas a la retaguardia esperando su reacción.

Es muy probable que te conteste con agradecimiento sincero pero sin profundizar más en su dolor. Y tu respirarás aliviado o aliviada por dos motivos. El primero: no la has cagado (que no es fácil) El segundo: al no contarte su sufrimiento te ha evitado tener que salir de algunos de los autoengaño en los que solemos vivir para protegernos de la angustia existencial. Como por ejemplo que la creencia de que la vida es justa (¿dónde está escrito?) o que a ti no te pueden pasar esas cosas. El sufrimiento ajeno nos hace sentirnos mal no sólo porque seamos personas muy majas sino porque nos recuerda nuestra propia vulnerabilidad.

Pero ahora veamos la escena desde la otra perspectiva. Ponte en el lugar de qué tu eres quien ha regresado al trabajo después de perder a un ser muy querido. Tus compañeros y compañeras se acercan e intentan mostrarte empatía. Algunos o algunas usan frases hechas para salir del paso (por una oreja te entran y por la otra te salen). Otros y otras, queriéndote ayudarte te meten el dedo en la herida pero disimulas como puedes y sigues adelante. Y el resto son correctos y cariñosos como lo has sido tu antes.

El resultado es que en las siguientes horas, días y semanas una cortina de silencio se cernirá sobre tu dolor. Todo  el mundo sabe que estás sufriendo pero todo el mundo, bienintencionadamente, te tratará como si no ocurriera nada. Y a veces tendrás ganas de compartir tu dolor pero es muy posible que no encuentres con quién ni el momento.

Si esto ocurriera estarías ante el fenómeno que en inglés se suele indicar con la expresión «Elephant in the room» (Un elefante en la habitación) Según Wikipedia «es una expresión metafórica que hace referencia a una verdad evidente que es ignorada o pasa inadvertida. También se aplica a un problema o riesgo obvio que nadie quiere discutir. Se basa en la idea de que sería imposible pasar por alto la presencia de un elefante en una habitación; entonces, las personas en la habitación que fingen que el elefante no está ahí han elegido evitar lidiar con el enorme problema que implica»

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Las personas que afrontan un público y gran sufrimiento pueden sentirse como quien tiene que vivir con un elefante (la desgracia) pero que todo el mundo prefiere hacer como si el elefante no estuviera allí. En castellano podríamos decir que la desgracia se convierte en un tabú o que estamos ante el fenómeno de «El nuevo traje del Emperador» (todo el mundo ve al Rey desnudo pero nadie se atreve a decírselo) Todo el mundo ve la enorme desgracia que ha sufrido una persona pero casi nadie se la reconoce por miedo a herirle o por miedo a sufrir uno mismo.

En el documental «Happy» (lo puedes ver en Youtube o Netflix con subtítulos en castellano) se cuenta la historia de Melissa Moody. Ella misma recuerda como había sido una joven hermosa y como era feliz criando a sus tres hijos, criando caballos en su rancho y haciendo voluntariado. Hasta que un día se le enganchó el guante en la manilla de una camioneta que arrancó rápidamente y fue arrastrada unos metros hasta que, finalmente, la rueda trasera le pasó por encima aplastando su columna y cabeza. Nueves años incapacitada; su marido la abandonó y se refugió en el alcohol; treinta operaciones a pesar de las cuales su cara sigue siendo asimétrica.

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Además el trauma psíquico derribó el mecanismo de negación de otro más antiguo: los abusos y violaciones por parte de su padre durante su infancia. Pensó en el suicidio pero se dio un tiempo pensando en sus hijos.

En el documental valora su estado actual de felicidad y de mayor bienestar consigo mismo y con los demás tras un proceso de recuperación o, si lo prefieres, de resiliencia. Pero lo que me llamó poderosamente la atención fue las palabras dedicadas a su actual marido: «Lo había visto en la boda de mi hijastra. Nos conocíamos desde hacía años. Y él me preguntó cosas como si mi nariz funcionaba.  Y cómo era haber sido hermosa y luego no. Y me gustó, lo aprecié ¿sabes? Él no tenía miedo de hablar conmigo, de hablar de estas cosas. Y nos casamos a los dos años. Su nombre es Feliz y tenemos una maravillosa vida juntos. Me llama «preciosa» y me encanta.» Estas dos personas conectaron no gracias a obviar al elefante sino precisamente gracias a él. Subiéndose a sus lomos con naturalidad lo sacaron de la habitación, de la casa y de sus vidas.

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El dilema está servido. Si soy imprudente puedo hacer mucho daño. Si me paso de prudente puedo hacerlo también aunque de otra manera. ¿Qué hacer?

Ya me gustaría saberlo. Supongo que estar ahí haciendo que la persona se sienta cómoda tanto para mantenerse en silencio como para hablar si lo necesita. ¡Qué difícil!

Pero hoy en día tenemos la suerte de tener buenos maestros. Mucha gente que tiene elefantes en su salón han querido compartir su experiencia con los demás a través de Internet.

Cuando ya tenía más que pensado este post me llegó el aviso de un nuevo post de Ana. Ana tiene un elefante llamado cáncer y esta viendo a ver como lo saca de su salón. Ana es la hija mayor de Conchi Martínez Vázquez. Estoy seguro que si estáis en este blog conocéis también el suyo (Resiliencia infantil) Ana escribió hace muy poco en su blog «Sin perder la sonrisa. Momentos, vivencias y confesiones de mi paso por el cáncer» un impresionante post llamado «¡Oh, tiene cáncer! ¿y ahora qué le digo? Cómo comunicarse con una persona que tiene cáncer» 

 

Por favor, no dejes de leerlo. Hazlo por todas las personas que conoces que están en la misma batalla que Ana.

NOTA: La expresión «un elefante en la habitación» la conocí leyendo el libro «Option B» de Sheryl Sandberg al que me referí en el post anterior. El segundo capítulo se llama «Pateando al elefante fuera de la habitación» y no tiene desperdicio.

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Un comentario en “Un elefante en el salón

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