(Este es un post de Rosa Herrera. Amiga, psicóloga y miembro del “Grupo Resiliencia Valencia”. Le agradezco de todo corazón su colaboración. En la esperanza de que le vaya cogiendo el gusto)

Recogiendo el guante que me lanzó Javier en el post de principio de año retomo este antiguo proyecto que ambos teníamos pendiente y que, como el mismo dijo, nuestras ajetreadas vidas han hecho que lo dejáramos en la recámara. Nuestras colaboraciones generalmente se inician junto a un café lanzando ideas de temas que nos interesan a ambos y que hacen que nuestras neuronas se pongan en marcha. Uno de estos temas es el suicidio como una forma de manifestación de lo que Javier ha bautizado como antiresiliencia y que a mí me parece un término muy acertado.

En este post no voy a analizar a la luz de la resiliencia el fenómeno del suicidio pero sí algunas de las consecuencias que este hecho tiene en las personas más cercanas.

Tenía 17 años, era una chica guapa, simpática, con una familia estructurada y un grupo de amigos que le apoyaban y le querían. Se enamoró locamente de un chico con el que estuvo saliendo dos años. La relación acabó, fue él el que decidió dejarla, y ella continuaba obsesionada. Intentó en varias ocasiones volver con él hasta el punto que necesitó irse a estudiar fuera para que dejara de acosarlo. Ella le amenazó: “Si me dejas me suicidaré”. Lo intentó varias veces y todo el mundo a su alrededor se movilizó. Estaban pendientes, la acompañaban, la apoyaban, la protegían, pero no fue suficiente. El día que se enteró de que él había iniciado una nueva relación acabó con su vida definitivamente.

Sus padres comenzaron a acusar a su grupo de amigos de no haberle hecho caso, el chico se hundió en una profunda depresión, los amigos se sentían culpables y a la vez lo culpabilizaban a él. 30 años después su habitación continúa como la dejó el último día que salió de casa, sus padres no han perdonado todavía ni a sus amigos ni al chico. Sus amigos son incapaces de reunirse sin recordarle y alguno de ellos todavía tiene abierto un duelo que no ha podido cerrar y aflora en todas las reuniones anuales que el grupo ha decidido hacer. A partir de ese momento nadie fue el mismo, la vida les cambió y llenó de cadáveres invisibles su familia y sus amigos. Sólo unos pocos se atrevieron a hablar del tema, a compartir sus sentimientos, los demás eligieron el silencio, mal compañero en estos casos.

En este caso concreto la chica no sobrevivió, en otros la vida sorprende y aparece una nueva oportunidad de continuar adelante, de aprender de los errores y valorar las pequeñas cosas que la vida te ofrece.

Ante una noticia de intento o consumación de un suicidio aparecen diferentes sentimientos encontrados en las personas cercanas, sobre todo en la familia.

En primer lugar la negación, “no puede ser”, “lo tenía todo”, esto fue lo primero que apareció en mi mente al recibir una llamada donde me confirmaban que la madre de una compañera de mi hija se había suicidado. La razón intenta comprender, el corazón no lo permite. La lucha entre estos dos motores de nuestra vida es encarnizada. Y comienzan las preguntas:

¿Por qué? ¿Que lleva a una persona con una vida aparentemente estructurada a tomar una decisión de este tipo? Como en otras muchas ocasiones esta pregunta es de difícil resolución. Quizá ni la misma persona podría contestarnos, no podemos entender porque una persona llega a ese punto de desesperación para no encontrar otra salida en su vida que su propia muerte. Todos en momentos determinados podemos haber sentido la necesidad de desaparecer, cuando los problemas nos abruman y no nos vemos capaces de encontrar soluciones plausibles, pero pequeños gestos, miradas, sonrisas de nuestro entorno, nos ayudan a encontrar un significado a nuestro sufrimiento, lo que permite que continuemos hacia delante.

Curiosamente el suicidio aparece como una huida del sufrimiento, como un no puedo más, no merece la pena seguir luchando, como una solución a los problemas y en algunos casos incluso como un intento de que los demás no sufran, no se avergüencen, y aquí nos encontramos con una gran paradoja de la vida: por evitar el sufrimiento propio y el de los demás el suicida genera un sufrimiento en la vida de los de su alrededor, su familia y sus allegados se convierten en cadáveres invisibles que intentan retomar una vida truncada por este acontecimiento.

Después de la negación aparece la rabia, el enfado absoluto, que produce no entender, la impotencia ante la situación, acompañada de sentimientos de culpa; se sienten responsables por no haberse dado cuenta, por haberlo dejado solo, por aquella discusión que acabó en pelea.

La gente de alrededor sin darse cuenta acaban convertidos en jueces de la situación sentenciando, la familia se siente señalada y culpada, prefieren el silencio como forma de protección hacia sí mismos y, en caso de que la persona haya sobrevivido en su intento, también hacia la propia persona.

Pero, como en otros muchos casos, no hablar de algo no significa que no haya ocurrido y es muy difícil retomar una vida después de un acontecimiento tan traumático como este sin poder vaciar los sentimientos que cada uno tiene. El estigma está servido, la mirada de los demás ya no es la misma, parece cargada de acusación, de incomprensión quizá también porque la mirada de ellos hacia sí mismos tampoco es la misma, quizá proyectan en los demás lo que ellos mismos sienten.

Como Cyrulnik señala en su último libro, el silencio les permite sobrevivir. Es un código no escrito pero hace menos daño que continuar dándole vueltas al porqué y a la culpa. El problema es que el silencio no cura, la herida cicatriza en falso y, cuando se toca, duele demasiado.

El porqué tiene difícil respuesta y como en otras muchas ocasiones otra pregunta puede ayudar a entender: ¿para qué? Y quizá, y sobre todo, ¿contra quién? ¿contra sí mismos? ¿contra su familia? ¿contra la sociedad? ¿contra el banco…?

Preguntas quizá difíciles de plantear pero que pueden ayudar a entender y sobre todo a, en caso de supervivencia, ayudar a la persona a encontrar otros mecanismos de solución de problemas. Preguntas que no se deben plantear desde la rabia, desde la impotencia o desde la exigencia y mucho menos desde la culpa, sino desde la reflexión.

Cuando una persona sobrevive a un intento de suicidio, la familia y personas cercanas se sienten obligadas a protegerle. El miedo se instaura, la desconfianza se apodera de todos los miembros de la familia que se divide repartiendo culpas, se produce una lucha encarnizada entre la rabia y el miedo. ¿Cómo normalizar la vida en una familia después de un acontecimiento así? Nunca he creído en las recetas mágicas, pero la experiencia de personas que han pasado por esta situación puede ayudar.

Quizá un primer paso puede ser no negar los sentimientos, mostrar el enfado, compartir la impotencia que se siente, verbalizar la culpa, la rabia, ponerse en marcha para ayudarle en caso de supervivencia, y sobre todo parece indispensable el perdón hacia la persona y hacia sí mismo. Pero este perdón aparece cuando uno ha podido curar sus propias heridas. Como escuché en una ocasión el perdón no se puede exigir sino que tiene que nacer y, quizá en este caso, para que aparezca es necesario primero perdonarse a sí mismo y poder reconocer sin temor los sentimientos que ha generado este hecho.

Hace algún tiempo en una supervisión de casos clínicos una compañera compartió una idea que me hizo reflexionar. En una de las últimas entrevistas que concedió Alfred Hitchcock le preguntaron si existía el asesino perfecto. Después de unos momentos de duda declaró: sí existe el crimen perfecto: el suicidio, sólo hay una muerte que deja muchos cadáveres a su alrededor y el asesino nunca vuelve a la escena del crimen.

Aunque el único responsable de un intento de suicidio es la propia persona, la culpa, la rabia y la impotencia es una carga quizá demasiada pesada para los de alrededor. La persona que decide acabar con su vida, en su camino hacia la huida de esa vida que no le gusta, deja a su alrededor montones de cadáveres invisibles, personas que parece que continúan su vida pero que realmente este acontecimiento ha supuesto un punto de inflexión muy importante. Escuchar a la familia, que no se sienta juzgada y sentenciada parece un paso fundamental para poder ayudarlas.

Al fin y al cabo no podemos convertir en Verdugos a quien seguramente han sido Víctimas de la situación.

6 comentarios en “Crímenes perfectos

  1. Abril de 1976: tenía 12 años, por las mañanas asistía a clases en el Conservatorio y en un centro británico y estudio 1º de BUP en el turno vespertino de un instituto público. Unos amigos de la familia me habían regalado 5000 pts para que hiciese con ellas con lo que quisiera y me compré unas John Smith, las zapatillas más molonas del mercado, las que llevaban puestas toda la gente guay, los pasotas del momento. Me las compré al salir del Conservatorio, un paseito por la C/ Preciados y directa a «La Flecha de Oro». Llegué a casa tan contenta, con mis zapatillas puestas y me calló el chaparrón que me convertiría en una marioneta durante muchos años de mi vida: mi madre me hizo sentirme muy culpable por haberme comprado algo que no era necesario, por haber utilizado ese dinero sin consultárselo a ella (,me costaba comprenderlo porque si se lo pregunté en el momento que ese dinero me fue entregado y delante de sus amigos ella me dijo «es tuyo, a mí qué me preguntas, haz lo que quieras», y eso hice, claro, claro…). El día era primaveral, me marché a clase y cuando salía por la puerta de casa ella se abalanzó a mi espalda y me dijo que le diese un beso, que cuando regresase ya no existiría, que se iba a morir, que se había tomado una caja de pastillas. Mi padre me hizo una seña a su espalda indicándome que me marchase, y me marché.
    Cuando volví del instituto había visita en casa, unos amigos que estaban al cuidado de mi hermana (1 año, 11 años menor que yo), mis padres no estaban y cuando volvieron a casa, muy tarde, mi madre empezó a increparme acusándome de haberme marchado y haber sido indiferente a lo que ella me había dicho en el momento que me iba a clase… «tu madre muriéndose y a ti te da lo mismo», aparte de muchísimas otras acusaciones.
    Me entró un terror que no tiene forma, ni cara, y desde ese día me convertí en una especie de títere que ella manejaba a su antojo ¡¡en todo!!… «no te duches ahora, espera y te duchas más tarde, que no me viene bien… no te quites la ropa, que quiero que salgas a la calle,… no quieras a X,… no hables con Y…, no duermas… no salgas… no entres… haz esto, lo otro…
    Lo repitió cuando decidí que en la Universidad me matricularía en Filosofía y consiguió que estudiase la carrera que ella me había adjudicado, lo repitió cuando empecé q salir con un chico que no le gustaba (estudiante de ingeniería… no es que fuese un yonky ni nada parecido) y lo volvió a hacer cuando ya teniendo yo 25 años y mi hermana 14 comenzó como método para someter a la más. La oí decirle a la chavala las mismas palabras que me había dicho a mí la primera vez y sin pensarlo fui a ella y le dije «a mi hermana no vas a hacerle lo mismo», deja a la niña en paz… y fue por lo mismo que a mí, por comprarse un bañador (se añadía que la había acompañado yo a comprárselo y no lo podía soportar) sin pedirle a ella permiso ni opinión.
    Me echó de casa y a las 6 de la mañana me llamaron de un hospital para decirme que mi madre estaba allí ingresada y que sólo quería hablar conmigo. Fui y nos metieron en una sala a solas en la que me sometió a todo tipo de ofensas y provocaciones (a veces es difícil sujetarse la lengua y no soltar a alguien un par de verdades bien dichas). Yo lloraba desconsoladamente y ella abrió la puerta y se largó sin más. Mi padre me esperaba fuera y no hubo manera de sujetarla, pero los médicos nos pusieron una terapia familiar y de ahí salí LIBRE, LIBRE, salí con el valor y la capacidad de decirle «mátate si quieres, es tu problema, acabas antes tirándote por la ventana», sin cadenas, pero ella aún, 25 años después , sigue luchando por ponerme de nuevo grilletes .
    Una de las frases que ella decía cada vez que montaba uno de estos números era: «que se joda, que no se va a olvidar en su vida de lo que ha hecho a su madre». Lo que nunca comprendí era qué había hecho yo que fuese tan malo.
    Por cierto, jamás se tomó una caja entera de pastillas, lo que supe a los 25 años, al igual que ya la familia habló y me contaron que cuando yo tenía 2 añitos se provocó un aborto por tomarse una caja de Optalidones y el motivo fue que mi padre había acompañado a una de sus hermanas al dentista (celos, celos…), y llevaba toda la vida restregándole aquello.
    Saber la verdad es fundamental para conocer a las personas y comprender muchas veces el por qué de su actitud, pues mi padre tenía terror a que mi madre le oyese hablar con alguien, a jugar con nosotras….
    He aprendido mucho y una de las cosas más importantes que me enseñó ella fue a decirle a mi hija: Jamás consientas que se te prohíba ser tú, que se te prohíba querer a las personas de tu entorno, acompaña, besa, abraza.. ama con todo tu corazón.
    Someterse a la voluntad y caprichos de una persona por miedo a lo que pueda llegar a hacer es estar muerto en vida.

    1. He tenido que dejar reposar tu comentario toda la noche para poder atreverme a decir algo que pudiera ser medianamente sensato. Y aún así no sé si lo conseguiré. Creo que tuviste mucha suerte de encontrar un anclaje para poder librarte de un chantaje emocional de tal calibre. Pero quería comentar un aspecto que me parece interesante. Puede parecer que decirle a un familiar o conocido: «Muy bien, si te quieres matar, salta por la ventana…» es simplemente una forma de romper el vínculo perverso con el que intenta atarnos. Una especie de «mal por mal». Tras tu chantaje no hay amor, pues yo paso de ti.Una especie de espada para librarte de sus tentáculos afectivos.
      Pero creo que es algo más profundo y más admirable. Hace unos años escuché a una persona decir «amar es dejar espacio al otro para ser» Y yo lo completaría añadiendo «… o no ser». Por eso para mi decirle a una persona cercana que amenaza con quitarse la vida «Muy bien. Tu mismo/a» no es necesariamente no quererle. Es entrar en una dimensión importantísima del verdadero amor: la libertad. Sé que queda un poco cursi pero se que a la sombra de tu experiencia quizá pueda entenderse mejor. Y no digo tampoco que no haya rabia ni resquemor (creo que hay santos, pero los menos). Lo que quiero decir (lo diré al revés) es que seguir atado a un chantaje afectivo no es querer más a la persona que te lo hace.
      Y sobre todo te agradezco tu último comentario sobre cómo tu experiencia te ayuda como madre porque yo creo que la prueba de fuego de la resiliencia en situaciones de infancias difíciles es precisamente la que yo llamo «romper el círculo». Creo efectivamente puedes estar orgullosa o agradecida de que esto sea así en tu vida.

  2. Esta frase no la conocía, pero tiene muchísima razón. Me parece que el suicidio tiene mucho que ver con la soledad, con el sentido que tiene la vida, en la «impecable sociedad del bienestar».
    «SÍ existe el crimen perfecto: el suicidio, sólo hay una muerte que deja muchos cadáveres a su alrededor y el asesino nunca vuelve a la escena del crimen.»

  3. Muchas gracias por tu comentario, Javier. Siempre he pensado que de todo en esta vida se extrae un aprendizaje positivo y de ello se puede ir creando la persona que uno llega a ser algún día y un modo de vivir. No es cursi hablar de AMOR y si hay algo que hace que nos relacionemos bien con los demás es basar los actos y decisiones que puedan afectar a las personas que AMAMOS en ese sentimiento tan noble, pero el auténtico, el que a uno le hace analizar con quién estamos y qué es lo que a esa persona, siendo quien es, le hace bien, respetando al 100 % el individuo que es y siempre, siempre, considerando que tiene su propio espacio, sus alas para volar, su modo de sentir y percibir lo que le sucede.
    La frase que comenta Loreto es muy densa y creo que me sentí identificada cuando la leí porque realmente fui un cadáver durante demasiados años de mi vida, y no por un suicidio, sino por la amenaza constante de ello.
    Por favor, disfrutemos de los seres queridos tal cual son, cogiendo a pecho lleno lo que surge de sus personas, sin chantajes de ningún tipo, sin ataduras, sin manipulaciones ni engaños. Os aseguro que es maravilloso oír a alguien decirte que te quiere y que eres buena y desea estar a tu lado sabiendo que lo hace sin ningún tipo de presión ni tampoco restricciones para poder decir lo contrario si fuese el caso.
    Me encanta este blog.
    Muchas gracias.

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