Si una metáfora de las relaciones humanas es un partido de tenis puedo afirmar que Concepción Martínez Vázquez es para mi la Rafa Nadal de lo de darle vueltas al perolo en esto de la protección a la infancia, el apego, la resiliencia… No hay pelota que le lances que no te la devuelva. Y además es buena persona.

Gracias Conchi por volver a este blog ahora que ya tienes el tuyo bien hermoso.

Luego “te comento”.

(Conchi combina su formación y experiencia como terapeuta infantil con su día a día en un Servicio Especializado de Atención a la Familia e Infancia por lo que el post está escrito no desde el Cuartel General sino desde las mismísimas trincheras)

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Aquí estoy, después de casi un año sin alojarme en este blog, y vuelvo sintiéndome un poco como en la parábola del Hijo Pródigo, arrepentida de haber tardado tanto, pero también contenta de volver a mis raíces blogueras después de haber aprendido a volar por mi cuenta.

Por ello, a propósito de tu entrada sobre el acogimiento de menores en familia ajena, recojo tu reto de hablar sobre otro tipo de acogimiento, el que se produce dentro de la propia familia del niño o niña.

Tú describías desde tu experiencia como acogedor cómo tener, además de los “naturales”, tres hijos “en almíbar” es algo gratificante, utilizando una metáfora preciosa que transmite el afecto y la capacidad de conservar lo genuino de esta medida de protección. Debe ser harto difícil a nivel relacional, afectivo y convivencial vivir con un niño o una niña al que te une inicialmente solo un interés altruista e ir convirtiéndose poco a poco en el principal referente.

Pero existen diferencias considerables cuando el acogimiento se realiza con la familia extensa, donde no hay premeditación o reflexión previa. No conozco familias acogedoras que vayan a la Administración por sí mismas diciendo: “Quiero acoger a mi nieto… a mi sobrina… o a mi…”. Como mucho después de que ha explotado una situación de crisis o de riesgo. Y ahí no hay premeditación, ni preparación, y en muchos casos, ni ganas.

Por eso yo a algunos de estos acogimientos me atrevería, siguiendo tu metáfora, a llamarlos “pepinillos en vinagre”.

Escribir generalizaciones sobre el acogimiento en familia extensa es difícil. Si cada niño y niña es un mundo… cuando se tienen dos mundos del mismo sistema solar, biológico y consanguíneo, alejados pero unidos… ¡que complicado! Voy a intentar resumir a grandes rasgos algunas circunstancias que yo considero que son las bombas de relojería que pueden hacer peligrar un acogimiento en familia extensa.

 

Acogimiento = Compromiso

Todo acogimiento en familia extensa lleva implícito un compromiso afectivo, por aquello de que el niño o niña “es sangre de mi sangre” y es, como se suele decir, “tira mucho”. Es evidente que si preguntas a una tía o a una abuela si siente afecto por su sobrina o por su nieto va a decir que claro que le quiere, aunque no le vea con frecuencia. Hay como una disposición natural a querer a quien comparte contigo una identidad familiar.

Pero por otro lado está el compromiso social. Cuando se da una situación de desprotección infantil se moviliza todo para buscar una alternativa a los padres, y los Servicios Sociales contactan con los familiares del niño o niña. Si te dicen que tu sobrino o nieto no puede seguir con sus padres, que hay que tomar una medida de protección, se dispara cual fusil el compromiso social, ese que te hace sentirte en el punto de mira porque esperan que tú seas la solución.  La familia. por el simple hecho de serlo, asume ante la sociedad la responsabilidad de dar una respuesta (“¿Cómo vamos a dejar que vaya a un centro?”). Y sentir esto es lícito y normal.

Pero cuando hay desequilibrios en la balanza entre compromiso afectivo y compromiso social, teniendo éste más peso, el acogimiento está en peligro. Eso de “según pase el tiempo y nos conozcamos más, irá mejor” es sólo para las relaciones de pareja amorosas, pero en un acogimiento en familia extensa, o hay un afecto y aceptación incondicional desde incluso antes de ejecutarse la medida o no funciona.

El niño o la niña vienen cargados de sentimientos contrarios (sé que estoy mal con mis padres pero quiero estar con ellos, me quieren pero permiten que me lleven a otro sitio), con las funciones ejecutivas y las habilidades de relación tocadas, y mienten, se portan mal, no estudian…. O se tiene mucha paciencia y afecto y además se sabe qué es lo que supone acoger, o es difícil soportar las presiones del colegio o instituto, las críticas de los familiares e incluso de los propios padres que han perdido la custodia, el sentimiento de impotencia para educar a quien es difícil enseñar con los mismos parámetros que se usaron con los hijos biológicos. El mero hecho de ser familia no conlleva poder o saber llevar adelante un acogimiento.

 

De ovejas negras… corderitos negros

Un acogimiento supone que los padres no son capaces de satisfacer las necesidades de una niña o niño. Y si eso es así es porque no existe, temporal o indefinidamente, una competencia parental o marental. Y detrás de eso, en muchas ocasiones, hay problemas de consumo, conductas de riesgo, delincuencia, etc… Es decir, lo que viene a ser una “oveja negra” en la familia. Más difícil aún si hay otras ovejas blancas en la familia que tienen éxito a nivel profesional, de relaciones, de estudios, de suerte en la vida. Las comparaciones son odiosas siempre pero aquí mucho más.

Cuando el hijo de una oveja negra llega a un acogimiento en la misma familia, los ojos con los que se le miran, de manera inconsciente o no, son los ojos que recuerdan repetidamente la historia pasada. O mejor dicho, que lo que ha pasado con su historia se junta inevitablemente con las andanzas y disgustos padecidos con su padre o madre. Es muy difícil vivir con un niño o niña que te recuerda físicamente, o con sus actos o palabras, los malos momentos, los sufrimientos pasados. Aislarle de ellos resulta difícil.

Además, la familia acogedora puede tener asuntos no resueltos. Es más fácil acoger a un niño de unos padres con los que no tienes nada que ver –incluso ni conoces en algunos casos- que acoger a una niña que es hija de tu hija y, por tanto, parece quedar en evidencia la propia incompetencia como padre o madre de no haber podido enseñar a desempeñar este rol de manera adecuada. Y eso es un cuestionamiento social difícil de sobrellevar.

 

¿Segundas oportunidades o partes nunca fueron buenas?

Unido a lo anterior, en los acogimientos, la transmisión intergeneracional tiene un peso importantísimo, de manera que si exploras la historia de la familia, muchas mamás y muchos papás no son incompetentes porque sí, sino porque su propia experiencia filial nos habla de negligencia, malos tratos, desapego, etc. De manera que lo que son ahora como madre o padre (salvando determinismos) es el producto de su apego inseguro, de su dificultad para vincularse, de su propia desnutrición afectiva porque su propia familia de origen no supo o no pudo hacerlo bien.

En estos casos, recurrir a la abuela que no supo ser madre para que se haga cargo de un menor no tiene sentido, y no solo esto, sino que es revictimizar más al menor. Aquí segundas oportunidades nunca fueron buenas…

En otras familias, principalmente cuando la incompetencia de los padres viene derivada por problemas de salud mental importantes, o por consumo de drogas, si la familia de origen de los padres (abuelos acogedores) supo hacerlo bien en su momento, pudo dotar de habilidades (que ahora otros factores limitan), ofrecieron un contexto seguro y supieron vincularse de forma adecuada… hablamos de una segunda oportunidad, de un apoyo temporal que supone tener que volver a hacer de padres de los padres del menor, de ayudarles a resolver con comprensión y utilización de recursos los problemas mentales o de consumo, sin perder de vista que ahora en medio hay un niño o niña que tiene que saber qué lugar ocupa cada uno de los miembros de la familia en esta nueva estructura que se forma.

Y con ello también se da una oportunidad a los padres del menor de relacionarse con él o ella de otra manera, sin verse agobiados por la responsabilidad de recuperarse y sin dejar de ser padres pues no están solos, su familia les ayuda.

 

Aunque la mona se vista de sed, mona se queda

¿Cómo saber que realmente un acogimiento en familia extensa ha concluido con final feliz teniendo la certeza de que eso es así? Los cambios que se necesitan para el retorno del menor ¿tienen el mismo valor? ¿qué se tiene más en cuenta? Aparentemente, si los padres mejoran a nivel económico, consiguen un trabajo, consiguen discutir menos entre ellos, acuden a las sesiones de los Servicios Sociales y de otros servicios, dejan de consumir… se puede decir que los factores de riesgo desaparecen o minimizan, y por tanto, se cesa el acogimiento.

Pero, si todo eso se da a medias, porque los resultados se prolongan mucho en el tiempo (hoy en día no hay trabajo, siguen consumiendo pero menos, toma la medicación para el problema de salud mental pero sigue sin asumir responsabilidades) y la familia acogedora (abuelos, tíos) se cansa literalmente de tener al menor porque no aprecian cambios constatables e incluso considera injusto que los padres sean libres de hacer y deshacer y ellos tienen que estar de día y de noche, se agotan física y emocionalmente (si son abuelos pueden tener muchos años y poca energía e incluso enfermedades)

¿Qué hacemos con el o la niña? ¿Apostamos por lo menos malo que es el retorno aun sabiendo que es muy probable que los padres no lleguen a alcanzar los mínimos necesarios para atender al menor?

Precipitar un retorno es comprar muchos boletos para un fracaso. Otras veces la propia familia acogedora maquilla la situación (entiendo que deber ser muy duro ver a tu hijo o hija lamentarse porque quiere que tu nieto o nieta vuelva) haciendo ver que ha habido cambios sustanciales, ocultando o minimizando situaciones que evidencian que se sigue siendo incompetente.

Tuyos, míos… ¿nuestros?

¿De quién es la responsabilidad de, por ejemplo, hacer los deberes con el menor, reñirle cuando se porta mal, ayudarle a vestirse si tiene un mal día… en los momentos en que están juntos todos, acogedores, padres y el menor? ¿Se desautoriza a los acogedores si los padres asumen un papel activo? Y cuando los padres se acomodan y van “de visita” con una mínima implicación ¿cómo percibe el niño o la niña la situación?

Cuando además quien acoge tiene una influencia poderosa sobre uno de los progenitores del niño o niña (estoy pensando en unos abuelos acogedores paternos que en su momento hicieron un hijo Peter Pan) y asumen que ellos son los únicos que saben hacerlo bien, dejando en un segundo o tercer plano al otro –en este caso a una madre que se siente anulada y pequeñita porque la desautorizan, critican e infravaloran- o  cuando los acogedores no tienen ninguna prisa para que ese niño o niña vuelva con sus padres. Cuando dicen con la boca pequeña que ellos saben que el menor no es su responsabilidad y que ha de vivir con sus padres – aunque sus acciones no acompañen esto- o bien cuando no desaprovechan ocasión para dejar en evidencia que con quien el niño o niña está bien es con ellos porque lo consideran suyo, por el tiempo invertido – es muy duro criar a un niño tres años y que luego se marche- si desde el principio no se tiene claro la transitoriedad de la medida… ¿De quién son los niños y niñas acogidas?¿Pueden ser de todos?

En definitiva, del almíbar al vinagre hay diferencias considerables en su sabor.

En el almíbar se añade azúcar al líquido (agua, vino) para que se forme, consiguiendo un resultado final que es producto de la mezcla. En el caso del vinagre es la fermentación del mismo líquido (el vino) la que transforma el sabor, de dulce y aromático a agrio. El vino y el vinagre salen del mismo elemento, pero según concurran unos factores u otros en el proceso el resultado variará. Y mucho.

A unos y otros, familia extensa o acogedora, vaya por delante mi admiración por ofrecer una posibilidad a un niño o niña que necesita de adultos sensibles y responsables. Pero en el caso de las familias extensas valorar esta posibilidad, en muchos casos, no es nada fácil.

5 comentarios en “Pepinillos en vinagre. Un post de Conchi Martínez.

  1. Me ha gustado mucho el articulo, así es la realidad con la que trabajamos, y ello unido a la falta de familias acogedoras fuera del entorno familiar
    Si realmente hubiera una sensibilización con la infancia, con sus necesidades, si esto fuera una prioridad politica, muchos niños y niñas que estan con sus familias extensas es posible que tuvieran otro hogar y otras oportunidades en la vida.
    Como cambia la mirada si la ponemos en los menores o en los adultos, como bien expresas ¿Tuyos, mios, nuestros?
    Y si la pregunta fuera ¿Qué podemos hacer nosotros, vosotros, para que ellos esten mejor?
    Un placer leerte

    1. Gracias por tu comentario y tu aporte al tema, Rocío. Me consta que Conchi está viajando hacia Vitoria para intervenir en unas Jornadas. Por eso aunque le avise de tu comentario no sé si tendrá acceso a Internet para leerlo y, en su caso, contestar. Un saludo y gracias de nuevo.

  2. Rocío muchas gracias por tu comentario. La realidad que tenemos es como dices. Es triste porque los técnicos nos vemos limitados por falta de recursos eficaces e inmediatos (familias de acogida o centros) a decidir «lo menos malo» (es lo que decimos siempre cuando dudamos de una propuesta en familia extensa) cuando en realidad el sistema de protección debería ofrecer «lo más bueno» para el menor. Y cuando el «material y el molde» con el que se trabaja en los acogimiento en familia extensa no están en condiciones de soportar todo lo que se tiene que «cocer», nos encontramos con acogedores hartos, padres y madres que no entienden la medida y menores a los que termina por no proteger como se debiera porque persisten los factores de riesgo que había + los conflictos inter e intrafamiliares. Un abrazo.

  3. gracias por escribir sobre un tema tan complejo y tan diferente como las familias acogedoras, y especialmente sobre las familias extensas, en mi opinion grandes olvidadas y desconocidas. me siento muy cerca de todo lo que cuentas. quizas es que tener en casa «hijas en almibar y pepinillo en vinagre» (por seguir el simil), eso si todos juntos pero no revueltos, me hace ver las grandes diferencias existentes en el apoyo a unas y otras familias y a la diferente percepcion de las mismas «obligación vs voluntariedad». «compromiso social vs compromiso personal».

    1. Arantza gracias por tu comentario.Me alegra saber que desde la experiencia tú puedes compartir las metáforas o circunstancias que apuntaba yo en la entrada. Desde mi opinión profesional pienso que en acogimiento las familias extensas son las grandes olvidadas, las menos preparadas (para adoptar o acoger en familia ajena les dan al menos orientaciones antes) y a su vez las más necesitadas. Es fácil hacer lo que se asume por iniciativa, pero la «norma» social exige un compromiso duro de llevar a cabo, y una sensación de cuestionamiento y punto de mira (cuando el acogedor lo ha hecho bien con los suyos) que genera no pocos conflictos emocionales. Vaya por delante mi admiración hacia ti, porque combinar almibar con vinagre no debe ser nada fácil. Un abrazo

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