Hace no mucho reflexionaba en este blog sobre los tipos de adversidad y de sufrimiento. No volveré a ello pero es evidente, y no lo cité, que hay adversidades causadas “por nadie en particular” (la naturaleza, una combinación de casualidades quizá…) y otras causadas por alguien “con nombre y apellido” (lo conozcamos o no).

Creo que cualitativamente es distinto el sufrimiento causado por la vida que el sufrimiento causado por otro ser humano (o por otro ser inhumano).

Aparentemente el segundo es más doloroso porque la víctima puede quedar atrapada en el rencor, en el deseo de venganza o de justicia. Por tanto la adversidad impersonal debería ser más fácil de superar y, sin embargo, me parece que hay una tendencia en la naturaleza humana a buscar culpables. Incluso aunque la propia víctima haya tenido su parte de responsabilidad (“Es cierto… había bebido un poco… ¡pero la curva está mal peraltada!”)

El otro día una compañera me comentaba que dos chavales se electrocutaron intentando robar cobre en unas instalaciones eléctricas perfectamente señalizadas y cerradas. Gracias a Dios no murieron. Pero cuando se recuperaron querían denunciar a la compañía eléctrica.

Es un caso extremo que raya lo cómico pero todos conocemos otros donde alguien buscará sea como sea  un responsable con nombre y apellido.

Lluvias torrenciales inusuales en una zona, se produce una inundación y mucha gente pierde sus casas… alguien señalará que la carretera hizo de dique, que se tenía que haber previsto, que… y se seguirá señalando hasta encontrar un nombre y apellidos para culpar.

Un rayo mata a alguien y alguien dirá que es culpa de las autoridades por que la normativa municipal no exigía el pararrayos.

Un chico decide bañarse en una zona peligrosa, tras una noche de juerga, y con él mueren tres policías que intentan salvarlo y alguien responsabilizará a la falta de señales de advertencia del peligro de… ¿bañarse borracho en esa zona?

No pretendo decir que no haya que exigir responsabilidades. Probablemente la sociedad, entre otras formas, avanza así. Sólo señalo que parece ser que necesitamos encontrar culpables incluso de desgracias que quizá no las tengan. Supongo que será por nuestra tendencia a preguntarnos ¿por qué? en vez de ¿para qué?. Un culpable nos contesta a la primera pregunta y quizá nos aporte consuelo.

Pero en realidad lo que quería era abordar el tema del perdón y su relación con la resiliencia. Es un tema complicado y delicado. Te puedes deslizar hacia el terreno de lo moral y no es desde ese punto desde el que quiero tratarlo. Pero es un tema que siempre sale cuando se abre el turno de preguntas, tanto a los teóricos de la resiliencia, como a las víctimas de adversidades infringidas por otros.

He presenciado como Jorge Barudy se enfrenta a esta pregunta (creo recordar que el prefiere hablar más de “exoneración” que de perdón) y también al mismísimo Boris Cyrulnik (nos aportó la idea de que el perdón tiene su momento y que hay momentos en que es posible y otros en los que si se da puede ser incluso patológico).

No me atrevo a decir que el perdón es necesario para la resiliencia de desgracias infringidas por otro u otros seres humanos. Decirle a una víctima que debe perdonar puede ser como golpearla otra vez.

Y por otra parte, cuando una víctima perdona públicamente, muchas veces se producen a su alrededor reacciones de rechazo y de desprecio. Víctima de desgracias similares se revolverán contra ella y mucha gente que ni le va no viene dirá que está mal de la cabeza. Porque los espectadores de la ofensa y el perdón juzgan lo ocurrido desde el sentimiento particular de justicia. Pero la víctima llega a veces al perdón en un intento sobrehumano de liberarse del vínculo con el agresor y seguir adelante.

Tim Guenard Cuando la madre de Tim Guenard (“Más fuerte que el odio” Editorial Gedisa) al que había abandonado de pequeño atándolo a un árbol en un camino, se reencuentra con él siendo adulto le pregunta si ha perdonado a su padre (probablemente ella salió huyendo de malos tratos). Cuando él le contesta que sí ella no lo puede soportar y se revuelve contra él con un nuevo abandono brutal: “Sí… eres igual que tu padre… serás un mal esposo y un mal padre”. Tim, que precisamente había reconstruido su vida (ya estaba casado y con hijos) gracias al perdón (más fuerte que el odio) pudo comprobar como esto escandalizaba a su propia madre que además también fue verdugo.

Probablemente tenía razón Jacinto Benavente cuando al parecer escribió: “A perdonar sólo se aprende en la vida cuando a nuestra vez hemos necesitado que nos perdonen mucho”. En el caso de Tim Guenard no cabe duda, si se leen sus memorias, que esto fue así.

Pero en todo caso lo mejor será, como casi siempre ir a las fuentes. A las víctimas que han podido perdonar… o exonerar (“descargar de peso u obligación”)a sus verdugos.

Kim Phuc, la conocida como “la niña del Napalm” ha expresado en diversas KimP ocasiones haber podido perdonar (ya de adulta) al piloto que por error soltó su carga incendiaria encima de su poblado. Y en diversas ocasiones se ha reunido con ex-combatientes norteamericanos de la guerra de Vietnam.

Bernard Offen, superviviente polaco de cinco campos de concentración nazis cuando era niño, y posteriormente emigrado a EEUU, aporta ideas muy significativas sobre este tema.

En primer lugar matiza que él puede perdonar por lo sufrido solamente por él. No puede perdonar el holocausto en general porque el no puede perdonar por otros: sus padres, su familia, el resto de víctimas… Si hiciera esto se otorgaría algo que no le corresponde. Señala: “No soy Dios, no puedo perdonar por lo que no me hicieron a míBernandOffen

Por otro lado señala que el perdón no es algo que se hace una vez y ya está. Afirma que todos los días tiene que perdonar. Todos los días algo le subleva, sea una ofensa nueva o algo que le recuerda el tiempo de cautiverio. Para él el perdón es un proceso que dura toda la vida.

En realidad si a una víctima le preguntamos si ha perdonado a su agresor le estamos tendiendo una trampa. La pregunta correcta sería: “En este momento ¿has perdonado?”

Creo que todos nos hemos descubierto en una discusión acalorada con un ser querido diciendo algo así como: !Y tú qué! ¡Acuérdate cuando me dijiste…! Cuántas veces desempolvamos ofensas anteriores que supuestamente estaban perdonadas. Y probablemente están sinceramente perdonadas pero si necesitamos munición recurriremos sin dudar a ellas.

Y si la interprete no ha traducido mal (programa “Últimas preguntas” RTVE 29/01/2012) Bernard Offen concluye… “perdonar una y otra vez… ¡para seguir subsistiendo! (la exclamación es mía).

Esta parece ser la clave que conecta perdón y resiliencia. Retomar un nuevo camino implica salirse del anterior. Y el rencor nos mantiene conectados al pasado. Iniciar una nueva vida unido emocionalmente a mi verdugo no parece la mejor solución. Por eso exonerar es un buen término porque, liberando al verdugo de su obligación hacia mí, me libero yo de él.

Otra situación distinta es cuando el verdugo también pide perdón. Entonces quizá el perdón de la víctima pueda fluir mejor.

Mari Carmen Hernández sufrió el asesinato de su marido, Jesús Mari Pedrosa, por ETA. Tiempo después Instituciones Penitenciarias le comunicó que el asesino estaba arrepentido. Este es el relato de su encuentro:

Cuenta que nada más verle se abrazó al etarra y, éste se sintió completamente desarmado. Luego vino el diálogo: «Me sorprendió lo joven que era -señala Mari Carmen al diario El Mundo-. Como una de mis hijas. Le conté mi triste historia, él me contó la suya… Me preguntó por cómo lo habíamos vivido. Le dije que en mi cabeza no entraba cómo se podía asesinar. Me contestó que en aquel entonces era un objeto… Nunca había estado con una víctima», narra.
«Le pregunté por qué se sentaba frente a mí. Me dijo que quería pedir perdón, mostró un profundo arrepentimiento. Me habló de que algún día tendría que contárselo a sus hijos, que no podía dormir. Le pareció increíble que no fuera dura con él». (…)

«Cada día, cuando hago mi examen de conciencia me pregunto si soy capaz de perdonar. Es muy difícil perdonar (sobre todo sin que te lo pidan), pero me es necesario hacerlo. El perdón no es una obligación, no es el olvido, no es una expresión de superioridad moral ni es una renuncia al derecho. El perdón es un acto liberador. Perdonar es ir más allá de la justicia. Esforzarnos en plantear el perdón, en proponerlo y hablar de él es invitar a ser cada vez más persona».

Al fin y al cabo ya lo dijo Teresa de Calcuta: “Perdonar no es un sentimiento sino una decisión”

8 comentarios en “Resiliencia, rencor y perdón

  1. Se me pasó por alto esta entrada, y no puedo pasar a otra cosa sin antes comentarte que me ha encantado. Me quedé enganchada en su lectura y hasta que no la he terminado, no he podido pasar a otra cosa.

    Cómo cambiaría el mundo si todos aprendiésemos a perdonar!!!!! me incluyo.

    Un abrazo

  2. Me voy a estrenar en el blog. Ahí va mi comentario.
    Muy interesante el tema que planteas. A mí me ha recordado un curso que hice sobre «Intervención familiar estratégica en la prevención y el tratamiento de la violencia» con Cloé Madanes. Ella habla de una serie de pasos que se tienen que dar para que haya finalmente una reparación por parte del abusador hacia la víctima. Y uno de ellos se refiere al perdón. En realidad no habla de perdón. Ella piensa que el abusador no tiene que pedir perdón porque quizás la víctima no esté preparada para ofrecerlo. Ella habla de que el abusador debe mostrar arrepentimiento y dolor y asumir el daño causado pero en ningún caso pedir perdón. ¿Qué te parece?

    1. Hola, Eugenio:
      Me parece un matiz interesante. Lo que si está claro es que a la víctima el no arrepentimiento del «verdugo» le pone en una situación probablemente mucho más difícil de digerir. En su libro, Isabele Aubry habla como su padre nunca se arrepintió de haber abusado de ella y haberla utilizado como moneda de cambio en orgías. De alguna manera el no arrepentimiento del agresor es una forma de mantener la agresión ¿no? Y efectivamente quizá que el abusador pida perdón puede provocar que la víctima, si no puede perdonar, pase a «ser la mala». Pero creo que esto puede tener sentido en un tema tan extremo como el abuso sexual. Pero particularmente, como señalaba Rosa en su comentario, prefiero un mundo donde la gente es capaz de pedir perdón a uno como en el que vivimos donde eso es bastante excepcional.
      Animo, Eugenio. De un comentario a una entrada sólo hay un paso.

  3. Hola,

    Escribir no es lo mío, me cuesta mucho pero me apetece hacerlo. Así que ahí va.
    Quería contar mi experiencia. Yo he sufrido abusos sexuales por parte de mi padre durante unos 20 años, fueron años muy duros, de soledad, de angustia, de miedo, de dolor, de culpa, …
    Después de mucha terapia y lucha conmigo misma y el mundo, me di cuenta que necesitaba perdonar a mi padre para poder seguir viviendo, cómo una vez me dijeron el rencor y el odio es tomar veneno y esperar que muera el otro, cuando realmente te va matando lentamente.
    Así que he decidido perdonar, decisión muy difícil de tomar en una sociedad que te pide que odies, que te pide venganza.
    He querido dar la oportunidad a mi padre de recuperar al padre que debería haber sido siempre, él es el único que puede matar al “monstruo” que tiene dentro y devolverme al padre que me quiere y al que yo quise.
    Ya no puedo hacer más y estoy convencida que he hecho lo mejor y me siento muy orgullosa por ello, aunque no muchos lo entiendan.

    Gracias.

    1. Muchísimas gracias a ti por compartir tu experiencia en este humilde blog. Comentarios como éste son los que hace que tenga más valor. Porque yo pongo reflexiones, ideas… pero algunas personas luego, con vuestras experiencias, las cubrís de…. vida. Espero que nos vuelvas a visitar. Un saludo.

Deja un comentario