Concepción Martínez Vázquez me envía la reseña de un libro de reciente publicación. Es esta. Gracias, Conchi.

Acabo de terminar (siguiendo como en otras ocasiones la recomendación bibliográfica de José Luis Gonzalo Marrodán en su blog la lectura del libro “El espacio común. Nuevas aportaciones a la Terapia Gestáltica aplicada a la infancia y la adolescencia”, última obra de Loretta Cornejo, editado por Desclée de Brouwer.

EL ESPACIO COMÚN. Nuevas aportaciones a la terapia gestáltica aplicada a la infancia y la adolescencia

Además de numerosas técnicas gestálticas que facilita la autora y que pueden ser muy útiles para los profesionales, se ofrece un concepto interesante para todos: el espacio común.

Para Loretta el espacio común “son una serie de espacios que se sobreponen uno junto a otro creando un hermoso espacio en común propio de cada uno”. Es decir, viene a representar algo así como una superposición de realidades, que confluyen en el espacio terapéutico –pero también en otros contextos- cuando nos relacionamos con los demás, un encontrarse con el otro desde el que poder encontrar un lugar en la vida.

La autora hace una doble diferenciación: “cuando hablo de espacio hablo del mundo, ya sea del exterior, en el que habita la persona, como el del interior, el que habita en la persona”. Algo así como dos mundos que se encuentran íntimamente relacionados y que representan como las dos caras de la misma moneda. Cuando el mundo exterior es seguro, predecible y confiable, el mundo interior puede organizar sus elementos (autoestima, estrategias cognitivas, etc.) y acceder a ellos cuando sea necesario. Pero un mundo hostil, tóxico y cambiante, conduce a un mundo interior en el que el caos y la desorganización son los protagonistas.

En relación al contexto terapéutico, se hablaba en otra entrada de este blog (Juego y Vida II) de esa especie de “entorno protegido” que se da en la sala de terapia. Es como si se recreara un micromundo especial en el que el terapeuta junto con el niño, van tejiendo un vínculo especial, como una nueva autopista relacional que, sin destruir las “carreteras secundarias” que la mente del niño dispone, llenas de baches en forma de experiencias carentes de afectividad o de “efectos climatológicos adversos” que hacen tambalear su posición en el mundo, es capaz de conducir al niño de forma segura.

En referencia a esto, dice Loretta: “Este espacio es una representación de lo que es el vínculo del niño fuera, en su mundo; y en la relación terapéutica además de poder ver cómo hace este niño uso de este espacio de relación también iremos transmitiendo un modelo interrelacional. Ya que queramos o no el modo que tenemos de dirigirnos a ellos, el modo de funcionar con ellos, el modo en que lo miramos o no, son señales para que el niño se posicione en un sitio hacia sí mismo y hacia los demás.”.

Y es que el niño trae a las sesiones no sólo lo que en ese momento le preocupa, sino también, todo un conjunto de señales de las relaciones que mantiene fuera de allí, de sus anhelos o sus expectativas. Pero no sólo trae…también se lleva algo. La semana pasada, una de la niñas con las que trabajo, en un momento dado de la sesión en la que estábamos haciendo una figura humana con pasta de modelar me pregunta “¿tú me quieres?”. Su cara se iluminó cuando, por supuesto, le dije que sí, y que efectivamente era una persona que me importaba. Su experiencia de vida, en tanto que ha establecido vínculos afectivos disfuncionales desde muy pequeña, ha marcado su desconfianza en las relaciones con los adultos. Pero allí, en la terapia, la seguridad y el afecto se convierten en puntales, que, sin ser los únicos, ayudan a fortalecer y a dotar de estructura.

En relación a esto último cabe destacar la importancia que le da Loretta Cornejo a incluir en la terapia no sólo el espacio del niño, sino también el de los padres, hermanos, abuelos, el propio espacio del mundo que rodea al niño…es decir, el trabajo con toda la red social y familiar para garantizar un contexto de seguridad y sujeción.

Se habla también en el libro de ese espacio en relación al niño que debe contemplar también las distancias, las formas de relación…o lo que es la mismo, el poder sintonizar con lo que necesita en cada momento de nosotros. “El espacio del niño será todo aquello en lo que él esté dispuesto a jugar, a explorar, a mostrarse, a abrirse y confiar. Las distancias establecen también el modo con que el niño quiere ser sentido y sentir, y no siempre es armónico ni parejo, por eso los adultos debemos estar pendientes en qué momento se encuentra el niño para poder establecer desde estas fronteras nuestro vínculo con él.” Y eso no es sólo de aplicación a los terapeutas, también al resto de adultos que se relacionan con él, especialmente los padres.

Señala Lorettta que “el espacio común es algo que se encuentra más allá de nuestras fronteras conocidas, es el modo de trabajar que cada uno tiene cuando pone el corazón, la mente, el alma, la piel e incluso su propia vida, para poder encontrarse con el espacio del otro, creando un espacio muy articulado y particular, sin copias ni réplicas, flexible y elástico, y, al mismo tiempo, consiste y seguro”.

En lo que respecta a nosotros, en tanto que profesionales de lo humano, especialistas en ofrecer una relación de ayuda, el encuentro con el otro tiene esa particularidad de ser único, diferenciado, ¡estructurado pero flexible!. Curiosa conjunción.

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