Desde hace años han sido muy orientadores para mi los comentarios de Boris Cyrulnik (llevaba unas cuantas entradas sin citarlo) sobre la importancia de la reacción del entorno ante el dolor de la víctima.

Siempre me ha parecido que la idea de que la reacción del entorno ante el sufrimiento de una persona puede ser tan dolorosa o más como la desgracia en si misma era algo que saltaba a la vista.

Y cuando quiero convencer a alguien del argumento (en alguna charla o curso) sólo tengo que poner el ejemplo (o mejor dicho EL EJEMPLO con mayúsculas por inapelable). El de los ex-combatientes norteamericanos en la guerra del Vietnam.

Como el propio Cyrulnik señala estos tuvieron un porcentaje muchísimo mayor de trastornos mentales en los años siguientes a su regreso que los ex-combatientes de su mismo país en la Segunda Guerra Mundial. No parece que esto se pueda explicar por las características de las dos contiendas. Las escenas vividas por unos y por otros no debieron ser muy diferentes. Emboscadas, explosiones, compañeros mutilados, conflictos morales, miedo, pánico….

Sin embargo cuando los de la primera guerra regresaron fueron recibidos y tratados como héroes. Homenajes, monumentos… Y una población receptiva a escuchar sus relatos.

Pero los segundos tuvieron la desgracia que gran parte de la sociedad norteamericana se puso en contra de la participación en el conflicto en Vietnam. Y aunque resulte paradójico el movimiento pacifista causó estragos en los ex-combatientes. Les dijeron que iban a defender no sé qué valores pero cuando regresaron no eran héroes sino “asesinos de niños vietnamitas”. El patio no estaba para ir contando su dolor. Ellos ya no eran las víctimas sino los verdugos.

Pero no hace falta irse a la guerra para experimentar todo esto. Todos tenemos experiencias de relatar a alguien un sufrimiento y nada más empezar a hablar darnos cuenta de que mejor hubiera sido quedarnos calladitos.

Pero esta entrada no es para volver a darle vueltas a lo mismo sino para compartir que he descubierto que existen investigaciones concretas sobre todo esto.

Se pueden conocer en el libro “La compartición social de las emociones” de Bernard Rimé (2011) editado por DDB. El autor es doctor en Psicología, profesor de psicología en la Universidad de Lovaina e investigador del Centro de Investigación para el Estudio del Comportamiento Social de esta universidad.

En la tercera parte del libro se analizan la expresión de las experiencias emocionales negativas. Y el capítulo primero de esta parte (el 8 del libro) tiene un título muy significativo “Respuestas bienvenidas, respuestas no bienvenidas”

El autor nos introduce claramente:

El malestar ante el sufrimiento ajeno

El encuentro con una persona afectada por una experiencia emocional negativa importante es un problema para cualquiera. Muchos datos muestran que en presencia de víctimas, los comportamientos de las personas “no víctimas” están generalmente lejos de ser apropiados (…) Toda persona que es “víctima de las circunstancias” o que ha sido “golpeada por el destino”, ya se trate de un accidente, una enfermedad, malevolencia, duelo, u otros tipos de dramas, también desencadena manifestaciones de este tipo y se encuentra pues confrontada a la angustia y al malestar que suscita a su alrededor de forma totalmente involuntaria.” (No sé si tiene sentido citar la página cuando se consulta en una edición digital “comprada-lo-prometo”, que puede depender del software para su lectura)

En los últimos decenios, la psicología social ha mostrado interés por estas dificultades que todos experimentamos ante víctimas de experiencias penosas. Wortman y Lehman (1985) han descubierto tres causas principales.”

Me salgo de las comillas para sintetizar:

1.- La ignorancia.

No se tiene un bagaje experiencial suficiente para ponerse en lugar de la víctima y lo más probable es que se subestime el tiempo que se necesita para reponerse de un acontecimiento de esa índole (“Vale, vale… es muy gordo lo que le ha pasado pero ya ha pasado una semana y todavía…”)

2.- El espectro de la vulnerabilidad humana.

Tendemos a vivir cotidianamente como si fuéramos invulnerables, como si nada malo nos fuera a pasar. Por eso cuando la desgracia cae en alguien cercano cual disparo de francotirador, tomamos conciencia repentina de nuestra propia vulnerabilidad.

Si además la persona que escucha el dolor del otro tiene en su interior la teoría implícita del “mundo justo” (cada uno tiene lo que se merece) es muy probable que nos defendamos haciendo a la víctima responsable de su desgracia. (“No te habrían agredido si…”)

3.- La alienación.

Vuelvo a las comillas porque es imposible decirlo mejor.

“El mundo de la vida cotidiana es un mundo donde todo va bien. La fatalidad y la desgracia están activamente descartadas por efecto del consenso social. La gente no cesa de confirmarse mutuamente que forma parte de este mundo privilegiado. En cada encuentro, nos preguntamos los unos a los otros “¿va todo bien?” y todos respondemos a esta pregunta ritual afirmativamente. Y es especialmente así cómo se constituye el tranquilizador mundo de la vida cotidiana. En este contexto, la confrontación con alguien a quien “no le va bien” equivale pues a encontrarse ante un extraño. Esa persona es diferente. Forma parte de otro mundo. Ha atravesado acontecimientos o circunstancias que no pertenecen a la vida ordinaria. Es extraña al tranquilizador mundo de la vida cotidiana. El sentimiento de alienación que surge en el encuentro con ese persona será tangible por ambas partes”

La última frase me trae a la memoria el testimonio de Jorge Font (ya reseñado en este blog) cuando dice que tras su accidente de esquí acuático que le dejó paralítico le invadió un sentimiento angustioso de no pertenecía. (“Yo ya no soy como el resto”).

Pero nunca había pensado que ese mismo sentimiento es el que puede distanciarme de la víctima (“Ha pasado por algo terrible. Ya nunca será normal como yo”)

Y termino esta entrada con la investigación a la que en realidad me refería al principio:

Los efectos conjugados de la ignorancia, del sentimiento de vulnerabilidad y de alienación convierten en innumerables las respuestas inapropiadas que pueden tener lugar en el encuentro con una persona angustiada. Una lista establecida a partir de varios autores (Ingram, Betz, Mindes, Schmitt y Smith, 2001; Wortman y Lehman, 1985) recuerda particularmente los siguientes elementos:

    • la molestia, el malestar o la evitación física propiamente dicha;

    • el examen curioso, la insistente fijación visual;

    • la evitación de la comunicación franca;

    • la distancia, las manifestaciones de insensibilidad, la rudeza que puede derivar de la falta de compromiso emocional;

    • la expresión de una inquietud exagerada, el pesimismo;

    • las manifestaciones provocadas por las reacciones como alegría forzada, optimismo de fachada, minimización (“no es nada”; “podría ser peor”), la denegación (“no veo problema”; “va a ir bien”):

    • el desaliento de la libre expresión (“vale más no hablar de ello”);

    • el recurso a comportamientos de ayuda estereotipados como dar opiniones o consejos (“tienes que salir”), apelar a fórmulas que banalizan (“es el destino”) o que normalizan la situación (“eso puede ocurrirle a cualquiera”), identificarse con los sentimientos de la persona o intentar acercarse de forma artificial (“yo sé lo que sientes”);

    • las manifestaciones proteccionistas o actitudes hiperproteccionistas, particularmente frecuentes cuando los comportamientos de ayuda se utilizan como recurso con el fin de gestionar la propia angustia;

    • la censura, la crítica o el juicio; la búsqueda de faltas y la atribución de responsabilidades; el aliento para una rápida recuperación y la expresión de expectativas inapropiadas sobre el proceso de adaptación.

   Para la persona afectada, las respuestas de este tipo resultan abrumadoras. Significan que no existe reconocimiento sobre la experiencia que está atravesando y que se desestiman sus sentimientos, que son muy reales. Se confirma así la alienación que presiente: se encuentra sola, abandonada a su suerte, y precisamente en el momento en que su necesidad de consuelo y de apoyo social es mayor.”

Mejor quedarse callado.

O tampoco.

(Continuará)

10 comentarios en “Compartir y escuchar el dolor

  1. estamos atravesando una epoca dificil y traumatica social y economucamente a pesae de ello en España hay una mayoria de personas dw «clase media» k aun no kiere saber k le pasa al vecino por que su buzon esta sin nombre o ya supuerta no se abre.
    piensqn k no encuentran trabajo xque son muy exigentes o vagos o derrochadores.

    no kieren saber no kiereb pensar ir mas alla extender su mano. dedicar una hora a escuchar a contener su angustia y su dolor a transmitir esperanza en el ser humano.en el vecino. en la vida cotidiana.

  2. Estoy de acuerdo con lo que escribes. En mi caso estoy practicamente segura (cuando tuve mi accidente) de que si no me hubieran salido amigos debajo de las piedras, familia completa dedicación y amigos que no sabías que para ellos podias ser realmente importante cómo para a la hora de comer ir a una ventanita hablando por teléfono para animarme (unidad de aislamiento en grandes quemados) Era el mejor momento del día, en esa situación límite donde las curas son de un dolor indescriptible y el mejor bálsamo es sentirse querida e importante. Eso te da un empuje y un arranque para plantearte que no te puedes permitir el lujo de hundirte y debes luchar para sobrevivir y ponerte bien. También pienso que recojemos lo que sembramos y yo me merecí la cosecha.
    En los momentos límite vemos realmente quien nos quiere y es buen momento para quedarse con el grano y dejar caer la paja.

  3. En verdad algo alarmante lo que tu planteas y estoy convencida que vamos por el mundo pretendiendo ser inmortales e invulnerables, tanto al dolor como a la muerte. Sería mas honesto sentarnos con el que sufre, abrazarlo y llorar con el/ella, aunque no digamos una palabra, eso acompaña mas y nos enlaza con lo humano.

  4. Tuve una enfermedad importante hace un tiempo de la que estoy curada afortunadamente y no puedo estar más agradecida por todo el amor, el apoyo y el cuidado que recibí. Sé que todos tenían buenas intenciones en su forma de ofrecer ayuda, pero también era consciente de que algunos de ellos no sabían hacerlo o que simplemente estaban tan turbados, o como tú dices, tan temerosos de su propia vulnerabilidad, que sin darse cuenta me lo transmitían. A veces veía en sus caras lástima, pena, y eso era lo peor. Porque uno mismo está intentando darle un sentido a todo lo que está pasando, o mejor dicho, que la vida tenga sentido a pesar de todo y a no darle excesiva importancia al hecho, y entonces, ves a gente muy querida, haciendo lo contrario de lo que tú estás intentando y tienes que tirar adelante con lo tuyo y con lo de los demás, pensando que lo hacen lo mejor que pueden y saben y haciendo caso omiso a esas actitudes que no te ayudan en nada. A veces me sentía molesta, pero enseguida pensaba que era su manera de demostrarme su cariño o su preocupación, así que intentaba no darle vueltas al asunto. A veces hay que elaborar el sentido A PESAR de los demás. Y una forma para conseguir eso es pensar que no somos responsables de las historias, las ignorancias, los miedos y las debilidades de los que nos rodean. No hay mala intención en esto, estoy segura, a pesar del daño que puedan hacer.

    Y como tú sabes, mi tema favorito, al que no puedo resistirme, es la escritura terapéutica, así que he elaborado un ejercicio que puede ir bien en estos casos:

    Habrá que escribir un relato narrando la experiencia traumática en tercera persona. No hace falta recrearse en los detalles, puesto que lo primordial de este ejercicio es contar cómo en ese relato la gente que rodea al protagonista interpreta el acontecimiento de forma resolutiva, y actuando de manera que la persona perciba la ayuda y la comprensión que la fortalezca. Debes reflexionar sobre cómo te gustaría que se comportasen esas personas, qué actitudes muestran, cómo se comportan, y escribirlo con detalle. Después habrá que relatar cómo el protagonista otorga un sentido a lo que le ha pasado, lo acepta y asume como parte de su historia vital.

    Un abrazo, como siempre. Y gracias por esta maravillosa e interesante entrada.

    Reyes

Deja un comentario